

En los últimos años, el mundo ha experimentado un cambio vertiginoso que redefine nuestras vidas y el rumbo de la humanidad. El avance hipersónico de la tecnología, el resurgimiento de discursos violentos y xenófobos, y la concentración del poder en manos de unos pocos han dado lugar a un Nuevo Orden Mundial que plantea serios interrogantes sobre el futuro de las grandes mayorías.
La tecnología, en su rápida evolución, ha sido tanto una bendición como una amenaza. Inteligencias artificiales, automatización y comunicaciones instantáneas han transformado nuestra cotidianidad, pero al mismo tiempo han ensanchado la brecha entre quienes tienen acceso a estos avances y quienes quedan rezagados. En un mundo hiperconectado, millones son excluidos del progreso, profundizando desigualdades económicas y sociales que parecen irreversibles.
A esta situación se suma un fenómeno preocupante: la proliferación de discursos populistas y extremistas de la Nueva Derecha que exacerban la violencia y el odio. Las plataformas digitales, que alguna vez prometieron democratizar la información, han sido secuestradas por quienes manipulan emociones para polarizar a las sociedades. Estas herramientas, lejos de unirnos, han servido para debilitar los valores democráticos y consolidar el poder en manos de minorías que controlan narrativas y decisiones.
Un ejemplo alarmante es el ascenso de liderazgos como el de Donald Trump, cuya retórica agresiva y ambiciones expansionistas plantearon una “Nueva Era” para los Estados Unidos y el mundo. Sus declaraciones sobre la ampliación territorial, desde Canadá hasta América Latina, desnudaron una visión de poder desmesurado que pone en jaque a la soberanía de naciones y refuerza la idea de un control global ejercido por élites minoritarias.
En Argentina, la situación no es menos preocupante. La llegada de Javier Milei a la presidencia, con un discurso incendiario y violento, intenta ser similar a los años 90 pero desde una óptica diferente. Su modelo económico promete mejoras solo para unos pocos, mientras amplifica la precarización de las grandes mayorías. Las desigualdades, lejos de reducirse, se profundizan bajo políticas que enriquecen a una pequeña élite a costa del resto de la población.
Estos liderazgos, lejos de ser excepciones, parecen ser la nueva norma en un mundo que ha virado bruscamente hacia una derecha radical. La pandemia aceleró este proceso, sirviendo como catalizador para concentrar aún más las riquezas en unas pocas manos. Las corporaciones y las élites políticas ya no ocultan su poder; lo ejercen abiertamente, marcando un camino que, de no cambiar, podría ser irreversible.
¿Existen alternativas? Es difícil responder. La historia nos ha mostrado que los grandes cambios nacen de la resistencia colectiva, pero en este contexto, las opciones parecen escasas y difusas. Frente a un sistema diseñado para perpetuar la exclusión y el control, las soluciones deben ser audaces y globales. La pregunta es si habrá tiempo y voluntad para implementarlas.
Estamos ante una encrucijada histórica. Este cambio de era podría ser el comienzo de un futuro distópico o la oportunidad de construir un mundo más justo y equitativo. Pero la indiferencia no es una opción.
Sálvece quien pueda.....