

“Pan, Paz y Trabajo” rezaban las consignas y las banderas aquel 30 de marzo (40 años atrás). Al frente de la columna, el Secretario General de la CGT Brasil Saúl Ubaldini, quien ya lideraba el combate público ante la dictadura que en ese entonces empezaba a resquebrajar su poderío; reclamando tanto el fin de la persecución y la aparición con vida de los desaparecidos, como la terminación de un modelo económico estructurado en la exclusión.
Dos años antes, el mítico dirigente sindical, había encabezado el primer paro general a la cúpula usurpadora; y un año después, demostró que la capacidad de acción de la junta ya no era la misma, en una marcha multitudinaria con la excusa de la conmemoración por San Cayetano.
Todos aquellos que tuvimos el privilegio de nacer y transcurrir la totalidad de nuestra existencia en democracia, tenemos una concepción de la militancia política ajustada a esos cánones. Pero pensar acudir a marchas multitudinarias o a rondas en Plaza de Mayo, indefectiblemente requerían de un valor difícil de dimensionar desde la actualidad. Durante ese 30 de marzo, las columnas fueron cruelmente reprimidas, culminando con bajas, centenares de heridos y miles de detenidos. Sin embargo esa fecha, por la multitud asistente, por los canticos arengando al fin de la dictadura, simboliza el primer gran paso al retorno democrático.
Actualmente, la Confederación General del Trabajo de la República Argentina, lejos de aquella gesta popular, cada vez se afirma más como un brazo discursivo de la Unión Industrial Argentina, compartiendo panoramas y propuestas. El hastío de sus representados hacia esta Central cuanto menos conformista, se evidenció con el famoso día del “atril” (marzo del 2017), donde el histórico mueble -utilizado por incluso Eva Perón-, pasó a manos de los manifestantes, que cansados de las concesiones para con la administración de Macri, exigían la fecha de un paro general.
Desde esa jornada, prácticamente no hubo modificaciones estructurales, salvo la sustitución de Antonio Caló –quien ahora fue desplazado de la cúpula de su sindicato- por Pablo Moyano, quien rápidamente se encolumnó en el discurso oficial de la central y se alejó de las propuestas que lo empujaron a ocupar ese puesto.
Ni siquiera evidenciaron su apoyo expreso a un bono generalizado para los trabajadores o a un aumento por decreto (que pudiendo ser o no viable para determinados sectores, ni se lo utilizó como ‘moneda de cambio’ en alguna negociación salarial) en momentos donde el poder adquisitivo de vastos sectores populares sólo alcanzan –y con cierta creatividad contable- para solventar la canasta básica.
Parece difícil que en este contexto, el trabajador pueda tener la representación deseada en el “pacto político y social” tantas veces reformulado en nombre y estructura por la administración de Alberto Fernández; manifestando cada vez más su parecido a aquella facción “Azopardo” (donde aún se ubica la histórica sede) y menos a la combativa liderada por un ‘joven’ Ubaldini.