La permanencia de Nicolás Maduro al frente de Venezuela atraviesa un momento crítico. Para analistas internacionales, la pregunta ya no es si caerá el régimen chavista, sino cuándo y cómo ocurrirá su desenlace. Estados Unidos ha desplegado una estrategia escalonada de presión máxima que combina acciones diplomáticas, judiciales y militares, en un marco donde se busca evitar una ocupación prolongada, pero sin descartar operaciones puntuales de alto impacto.
Washington ya no solo califica al gobierno de ilegítimo, sino que lo definió como un narcoestado y grupo terrorista. Acusa a Maduro de liderar el denominado Cartel de los Soles y ha fijado una recompensa de 50 millones de dólares por información que permita su captura, siguiendo precedentes utilizados en su momento contra Sadam Husein. A esto se suman denuncias de la DEA, que asegura que el régimen mantiene vínculos con el ELN, las FARC y Hezbollah, además de facilitar el tráfico de cocaína hacia Estados Unidos.
El despliegue reciente de buques, destructores, tropas de élite y aviones de reconocimiento en el Caribe volvió a encender las alarmas. Aunque el poder militar reunido es significativo, la estrategia apunta a operaciones rápidas y selectivas, bajo la lógica de “entrada y salida”, evitando un escenario prolongado como los de Irak o Afganistán. El uso del Título 50, que otorga mayor discrecionalidad al presidente en operaciones militares, refuerza esta hipótesis.
En paralelo, el chavismo enfrenta fracturas internas y un creciente aislamiento internacional. Líderes regionales que en el pasado mostraban cierta cercanía, como Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil, han tomado distancia en sus declaraciones. A ello se suma un giro político hacia la derecha en varios países de la región, que deja a Maduro cada vez más solo.
La situación trasciende lo estrictamente venezolano. Para Washington, se trata también de recuperar influencia en Latinoamérica y acceso a las reservas petroleras más grandes del mundo, al tiempo que busca contener la creciente presencia de China y Rusia en el Atlántico Sur. Incluso algunos analistas señalan que esta coyuntura podría abrir una ventana de oportunidad para que Argentina retome el debate sobre Malvinas con apoyo estadounidense.
La gran incógnita, sin embargo, sigue siendo la capacidad de la oposición democrática para capitalizar este escenario y generar una transición sólida. Aunque el pueblo venezolano mostró señales de haber perdido el miedo en las elecciones del 28 de julio, persisten dudas sobre el nivel de organización, la estrategia hacia las Fuerzas Armadas y el manejo de temas sensibles como juicios por violaciones a los derechos humanos, deudas con potencias extranjeras y el futuro de los cuadros medios del chavismo.
Estados Unidos parece decidido a llevar al régimen a su punto de quiebre, pero el desenlace final dependerá no solo de la presión externa, sino también de la respuesta de la sociedad venezolana. El desenlace, según coinciden los analistas, ya no es una cuestión de “si ocurrirá”, sino de “cuándo y cómo” sucederá.