El portazo del PRO en Río Negro no fue un hecho aislado. Es apenas el reflejo de una tendencia nacional: el partido que supo ser la gran fuerza de oposición, que gobernó el país entre 2015 y 2019, se desangra en internas, pierde presencia territorial y, en apenas dos años, quedó relegado a la irrelevancia en buena parte del mapa político argentino.
En Río Negro, la retirada del macrismo confirma que el espacio está finiquitado. Sin capacidad de imponer nombres ni sostener alianzas, el PRO terminó marginado de una coalición liberal que ahora queda en manos de La Libertad Avanza, CREO y Republicanos Unidos. El dato no es menor: la construcción política en la provincia comienza a configurarse bajo un nuevo marco de polaridad, donde el debate se ordena entre el peronismo y los libertarios, dejando al macrismo fuera de juego.
La designación de Lorena Villaverde como cabeza de lista al Senado, respaldada por el oficialismo nacional, es una apuesta fuerte del mileísmo en Río Negro. No obstante, la figura de la diputada no está exenta de polémicas: acusaciones que la vinculan con causas de narcotráfico la convierten en un nombre incómodo para una fuerza que pretende erigirse como la regeneradora de la política argentina. Pese a ello, fue la elegida y bendecida públicamente por una de las voces más "influyentes" del Congreso libertario, Lila Lemoine.
En la vereda opuesta, el peronismo rionegrino —con su aceitada maquinaria territorial— observa el escenario con la certeza de que la contienda se reducirá a un duelo directo con los libertarios. El juego ya no pasa por el centro, ni por el “medio moderado” que alguna vez encarnó Juntos por el Cambio, sino por dos polos antagónicos que concentran discurso, recursos y expectativas electorales.
Pero en Río Negro hay una tercera fuerza que juega su propio partido: Juntos Somos Río Negro (JSRN). El oficialismo provincial, liderado por Alberto Weretilneck, se planta con una estrategia de provincialismo puro, sin alineamientos automáticos con Buenos Aires y con críticas muy leves al Gobierno nacional. La jugada del gobernador fue clara: apostar a un armado cerrado, donde los candidatos son, en buena medida, sus allegados más cercanos e incluso su propia esposa, en un esquema que refleja continuidad más que renovación. Esa decisión deja en evidencia que JSRN confía en su base territorial y en un electorado que valora el discurso de “defensa de lo propio” frente a la política nacional.
Así, Río Negro se convierte en un laboratorio de lo que puede ocurrir a nivel nacional: un PRO que se desvanece, un peronismo que resiste como estructura histórica, un mileísmo que crece —aunque no sin contradicciones— y un oficialismo provincial que se refugia en su identidad localista, administrando distancias con Buenos Aires mientras refuerza un modelo político personalista.
La pregunta es si la sociedad rionegrina aceptará como opción de poder a un espacio que coloca en el centro de la escena a dirigentes cuestionados por la justicia, si apostará al provincialismo de Weretilneck o si volverá a confiar en la maquinaria del peronismo.